En memoria de Celso, el recuento de las ilusiones

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Créditos: John Donoghue. CPR- P. 1992
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Chicasté[1] salió un día hacia la capital para cumplir su tarea diplomática, cargado de las demandas del pueblo desplazado.

“No queremos parcelas, reivindicamos como nuestro el territorio donde ahora nos hemos asentado obligados por el terror del Ejército. Ese territorio nos ha hecho ser quienes somos y por eso lo protegemos con nuestro trabajo colectivo, para el bien de toda la nación guatemalteca. Hemos aprendido a querer y a respetar la selva, nuestra casa y hemos jurado defenderla de los depredadores que saquean la montaña en complicidad con el Gobierno y el Ejército. Nos proponemos un desarrollo basado en una relación en armonía con la naturaleza y en el ejercicio de nuestra autonomía como población víctima de la violencia. Exigimos que se nos reconozca como población civil no beligerante. Demandamos la solución política al Conflicto Armado y el resarcimiento a las víctimas de la guerra, nos asumimos como uno más de los sectores surgidos por la represión y la impunidad. Pedimos el reconocimiento y el apoyo de la comunidad nacional e internacional. Así rezaba el cuadernillo elaborado tras arduas deliberaciones en los talleres de análisis que se realizaron en esos días con el apoyo de un grupo de apoyo solidario.

Celso Cuxil Sotz. Foto: John Donoghue. CPR- P. 1992
Celso Cuxil Sotz. Foto: John Donoghue. CPR- P. 1992

El viaje de Chicasté fue casi una odisea. Una noche de 1993 cruzó el río y pudo llegar a la carretera que comunicaba a las comunidades de La Lacandona con Palenque. Con ayuda de unos amigos mexicanos que lo trasladaron burlando los puestos de migración y los retenes militares, pudo llegar hasta La Mesilla. Cruzó la frontera legalmente amparado por su vieja cédula de identidad que había conservado todo el tiempo y una mañana se presentó en la oficina que las Comisiones Permanentes de los refugiados habían instalado en la ciudad de Guatemala para pedir ayuda. Los representantes de los refugiados ya lo esperaban y lo presentaron con dirigentes del movimiento popular y con funcionarios de organizaciones no gubernamentales (ONG). Le organizaron una rueda de prensa en la que el viejo kaqchikel pudo dar a conocer las peripecias de los desplazados de la montaña. Todo el mundo se sorprendió, algunos dudaron. El Ejército negó la existencia de estas Comunidades de Población en Resistencia (CPR) e insistió que solo tenía conocimiento de las que desde hacía algún tiempo se habían organizado en la región de Ixcán. Sin embargo, su tarea fue un éxito. Dos años más tarde, en el otoño de 1994, una delegación de la Misión de Naciones Unidas en Guatemala (Minugua) había llegado al país para supervisar el cumplimiento del Acuerdo de Derechos Humanos firmado entre la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y el Gobierno en marzo de ese año. En plena fiebre negociadora, la misión llegó en helicóptero a las aldeas. En el aparato viajaba también Chicasté, que para entonces había decidido recuperar su nombre de nacimiento, Celso Cuxil, y un grupo de periodistas y funcionarios de organismos no gubernamentales.

Fue un día de fiesta en las aldeas que mantuvo en vilo el ánimo de todos, enfrascados en una fiebre de preparativos para recibir la nueva era. Ese día los niños, bajo la conducción de Alfonso, Yolandita y Leonarda, se esmeraron en aprender el Himno Nacional, y algunas canciones compuestas por Cristóbal para conmemorar la ocasión. Él los acompañó con su vieja guitarra y escribió, dirigió e interpretó una comedia que en tono bufo recordaba los días de la persecución. Las mujeres limpiaron los horcones y el techo de la vieja galera que había servido para la primera misa que se escuchó en esa selva un año antes, y la adornaron con orquídeas que los niños mayores bajaron de las ceibas y chicozapotes cercanos. Fue una tarde de discursos emocionados, recuerdos tristes e ilusiones renovadas. Medrano pronunció unas palabras de bienvenida con la voz entrecortada, más por la falta de costumbre de hablar ante un público que por el sentimiento. Chicasté se mantuvo al margen del bullicio, discreto como siempre, solazándose en silencio en el espectáculo del que él era artífice principal”.

La Frontera Invisible, de Oscar Soto Badillo, México D.F. 1999

Fotos: John Donoghue. CPR- P. 1992

En memoria de don Celso Cuxil, Chicasté. 22 de enero de 2017

[1] El autor utiliza Chicasté, en kaqchikel se escribe Xi k’astej que significa sobrevivir o volver a nacer.

 

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