Viva por siempre en nuestra historia Doroteo Guamuch/Mateo Flores

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Créditos: Redes sociales.
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por: Rosa María Alejos B.

Corría el año 1977 y la AEU que era la organización estudiantil universitaria más prestigiosa del país, identificada con las luchas populares, había organizado el Comité Nacional Preparatorio, CNP, del Festival Nacional de la Juventud y los Estudiantes, en correspondencia del Festival Mundial que se celebraría en la Habana Cuba, y era conocido como El Onceno Festival de la Juventud y los Estudiantes.

Este evento reunía cada 4 años a todos los jóvenes y estudiantes democráticos de todo el mundo organizado por la Federación Mundial de Juventudes Democráticas, FMJD.

Se replicaron CNP regionales en todo el país, el regional sur, el regional occidente, el regional oriente y la capital,  en  las ramas del arte, la literatura, la cultura y el deporte. Cientos de jóvenes de aprestaron a participar. El evento final se celebraría en la capital, y vendrían los ganadores de cada región en todas las ramas, a competir para ganarse el boleto a Cuba.

El CNP, encabezado por la prestigiosa AEU, organizaba el acto final, y convocó a integrar un Presídium de Honor, en el que destacarían figuras nacionales en la ciencia, el arte, la cultura y el deporte. Se invitó por ejemplo: al rector de la USAC, a dramaturgos como Víctor Hugo Cruz, a actrices como doña Norma Padilla, y a Mateo Flores como símbolo del deporte laureado a nivel mundial.

Los jóvenes de ese entonces  conocían el famoso Estadio Mateo Flores, pero no sabían que ese personaje aún vivía.

Encomendaron a Rosa María Alejos y a Edgar Canahuí a hacerle la invitación. Averiguamos que trabajaba en el Country Club y fuimos en el camioncito de Canahuí. No nos dejaban entrar por nuestro aspecto de estudiantes pelados, de huipil, jeans, caites y morral, pero explicamos que buscábamos a Mateo Flores y que no íbamos a ese lujoso  restaurante.

Nos dijeron que estaba por regresar, y que lo esperáramos. Nos sentamos en una mesa, y a la media hora, ya medio día, un mesero nos dijo ya llegó Mateo.

Era un señor moreno, de uniforme de conserje, curtido por el sol, pero de aspecto digno e impecable. Tenía en su mano una herramienta que me recordó el asador de carne de hierro que mi abuela conservaba en su cocina de Suchitepéquez, era de hierro y largo con una punta de lanza.

Su trabajo, nos explicó, consistía en recoger con ese hierro los papeles y basuras que podían aparecer en los campos de golf de los socios de ese Club, así que recorría esas grandes extensiones de fina grama, bien podada, para garantizar que no hubiera ninguna basura.

Le indicamos nuestra misión: invitarlo a integrar el Presídium de Honor del Festival. Le dijimos que sería un honor contar son su presencia y motivar a la juventud guatemalteca, a practicar el deporte sano. Claro, se trataba de la juventud proveniente de fábricas, de labrar la tierra, de artesanos y de estudiantes de institutos de todo el país y de de estudiantes universitarios de la gloriosa Universidad de San Carlos.

Nos contó parte de su historia, nos dijo que él de joven vivía en Mixco y que se venía corriendo a la  capital, para ahorrar los 6 centavos que costaba el pasaje, y de regreso también se iba corriendo. De ahí sus músculos de acero, pues el regreso era una poderosa subida. Pero el hacerlo todos los días era como cualquier actividad.

Nos contó que cuando fue a Boston a la Maratón Mundial, le cambiaron el nombre pues se llamaba Doroteo Guamuch y a los directivos del deporte nacional les parecía que debía tener un nombre ladino. Y por eso le pusieron Mateo Flores, nombre con el que sería conocido en adelante.

Esa  impresión que nos causó conocer a ese señor tan digno, de hablar pausado, que era una celebridad nacional, nos acompañará siempre. Edgar Canahuí se sintió tan nervioso que le hacía nudos a su gorra y no dejaba de estrujarla, hasta que don Mateo se la quitó, la estiró y se la devolvió. Sentimos sorpresa-indignación que los ricos lo trataran con esa desconsideración de clase. Sería muy celebridad pero no era de los suyos, era pobre, con nombre y apellido indígena. Por eso trabajaba de conserje.

A la clausura del Festival Nacional,  Mateo Flores llegó con un traje café claro, se sentó entre la multitud en el Conservatorio Nacional, y cuando los maestros de ceremonias  Oliverio Castañeda de León y Lucy Méndez de Romero, anunciaron los nombres de cada uno de los miembros del Presídium de Honor, los jóvenes aplaudieron, pero cuando mencionó el nombre de Mateo Flores, todos enmudecieron y se hizo un gran silencio cuando él caminó al micrófono para decir unas palabras en nombre de ese Presídium. Cuando terminó su discurso,  la concurrencia aplaudió con fuerza por varios minutos y todos los participantes invitados no salían de su asombro. Estas impresiones las comentaría al terminar el evento, Luis Enrique Mejía Godoy que con su guitarra amenizó el acto final de premiación, él  venía de Costa Rica, pues allí vivía exiliado aun, durante la dictadura Somocista.

Esa era la diferencia entre los miembros del Country Club y los jóvenes del pueblo que lo vitorearon en un evento popular donde la juventud de todos los rincones del país, se expresó de la manera más democrática y sana de los últimos 50 años en Guatemala, para participar también en un evento mundial.

Viva por siempre en nuestra historia DOROTEO GUAMUCH/MATEO FLORES.

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