Créditos: Redes sociales.
Tiempo de lectura: 9 minutos

Por Ana Lucía Ixchíu

Comentarios a partir de la lectura de El trueno en la ciudad

El trueno en la ciudad

No sé si se trate de los relatos o las memorias de una historia de la  derrota,  yo más bien las llamaría,  relatos de la lucha de mujeres y hombres valientes, que ofrendaron sus vidas en la lucha por la defensa de sus ideales. Igualdad, educación para todas y todos, salud, trabajo, comida, expresión, arte y el derecho a la vida, pero a una vida digna, no a la vida sumida en la  esclavitud, a la tiranía y al abuso por parte de gobiernos al servicio del poder económico, responsable de lo que lamentablemente somos hoy como país: La ciudad de Guatemala se encuentra entre las ciudades más violentas de  Latinoamérica, con 16 personas muertas al día en el 2014, y el país ocupa hoy el 7º lugar entre los más corruptos en el mundo.[1]  El trueno en la Ciudad es la memoria de las lecciones aprendidas y vividas, las narraciones de la lucha que vio y vivió esta ciudad. Quien diría, que en esta ciudad de la furia,  se haya engendrado y renacido tantas veces el hombre nuevo.

La ciudad de la furia

Imposible evadir la gran cantidad de imágenes que se disparan dentro de mi cabeza, como un trueno que estremece y eriza mi piel. Se instala en mi cabeza un retroproyector que dispara 1000 imágenes por segundo, que hace verme dentro de los relatos de esta ciudad. El trueno en la ciudad es parte de nuestra historia, es tan nuestro como de Mario, es tan nuestro, como lo es para los personajes que encarnaron sus historias. En esta ciudad que duele tanto, esta ciudad que ha visto tanto, esta ciudad por donde hemos caminado, llorado, pasado hambre, sufrido  un asalto, gritos, violencia, es en esta ciudad se desarrollaron los capítulos de una guerra y las calles fueron testigos tangibles de ella. Porque para mí las calles y todo lo que las conforma en infraestructura, son los testigos que cuentan las historias. Podríamos  hacer un recorrido por la arquitectura de esta ciudad, y enterarnos de mucho de lo que ha pasado en ella, es imposible borrar del todo la memoria.

Coincido con un amigo muy querido, en que, al leer El trueno en la ciudad, se tiene frente a los ojos, acaso la mejor crónica urbana escrita en este país sobre esta ciudad (o al menos lo es para mí). La impecable narrativa de Mario, que nos transporta, a vivir junto a él, cada uno de los relatos y vivencias de la guerrilla urbana., durante la lucha revolucionaria. Las ofensivas militares de la guerrilla lograron asestar golpes fundamentales al enemigo, con una estrategia que incluía entre sus ingredientes la organización, el trabajo de contrainteligencia  y mucho de intuición. Esto, a pesar de lo limitado de los insumos que se conseguían, dadas las dificultades de la vida en la clandestinidad.

Imposible despegar la mirada de este libro, cada una de sus páginas, nos sumerge en un viaje al pasado, al vivir diario de esta ciudad. Y pensar que muchas casas de distintas zonas albergaron familias, historias, amores, alegrías, peleas, reuniones, documentos, la vida misma y junto a ellas, los sueños de muchas mujeres y hombres. Esos mismos sueños que siguen vigentes y se mantienen vivos entre  muchos y muchas  de nosotros.

La vida en la clandestinidad es un fino arte del disimulo, un tanto de cinismo y  la habilidad de actuar y pensar rápido en un momento de peligro, el fino arte de la puntualidad puesto que un minuto de atraso podría costarle la vida a un compañero. Muchas veces, cuando voy parada en el transporte colectivo y debido a la enorme cantidad del tráfico, el bus se detiene justo al medio del puente “El incienso” y el escenario me hace pensar que la lucha en esta ciudad también era una lucha de clases. Cito textualmente unas líneas en que el autor nos habla al respecto:

 “La estrategia revolucionaria en un país complejo no puede basarse simplemente en la astucia de una élite inteligente. Núcleos de conspiradores profesionales, orientados por las ideas de la clase obrera, habrán de organizar pacientemente a las masas, y en el proceso aleccionador de la lucha de clases, las llevaran del reclamo por los bienes elementales a pelear su derecho a gobernar el mundo; las llevaran de la lucha por el pan y el trabajo a los recios combates con piedras y barricadas; a enfrentar con canicas regadas en el pavimento las cargas de la caballería; a levantarse en armas en los barrios populares ocupando las calles, las fábricas, los telégrafos, los nudos ferroviarios y los viejos mecanismos del dominio de clase, hasta sitiar las grandes fortalezas de mampostería, vedadas desde siempre a los pájaros.”[2]

La flor  del tamborillo

Mientras veo pasar las interminables plantaciones de palma africana, en la costa del Pacífico, la realidad de los monocultivos, pienso en que, sin duda, ese uso inadecuado de la tierra, aportará a incrementar las estadísticas de desnutrición crónica en este país y pienso también, a riesgo de que lo que escribo pueda resultar cuestionable y molesto para los que se siguen considerando la vanguardia de la “izquierda”, que si hubo un comandante con la claridad, visión incluyente que trascendía  de los intereses personales a los colectivos, si hubo alguien que analizó la realidad y las dinámicas sociales y organizativas de nosotros, los pueblos indígenas y la incorporación del arte en la lucha revolucionaria, si existió en este país un intelectual orgánico que cuestionó y evidenció las falencias y errores del “movimiento revolucionario” fue, sin duda,  Mario Payeras,  cuyo  pensamiento e ideas fueron censurados, por parte de la misma izquierda de la que formó parte.

Con la estrategia de la flor del tamborillo, Mario Payeras se refería a la lucha en la clandestinidad, la capacidad para acechar y la sutileza para emprender la retirada. Imposible no citarlo:

 “Quien piense dirigir una guerra en la selva, tiene que aprender de la flor del tamborillo. Ningún general asedia al adversario con tanta maestría, como esta flor amarilla. Todos los años toma febrero por asalto, instaura la floración total de la primavera y se retira sin ruido por las rutas de marzo”.[3]

Es importante mencionar que sus letras siguen tan vigentes en este tiempo de  capitales transnacionales, donde el valor de las personas se mide por cuanto tienen en los bancos y no por sus ideas, donde está prohibido  soñar  y donde por fortuna aun amanece gratis.

Esta ciudad, a la cual todos tenemos derecho, llegó a ser un talón de Aquiles para la insurgencia, los ojos del país entero estaban sobre esta ciudad y cabe mencionar que no sólo los ojos del país, también lo estaban los ojos de países que tenían sus intereses particulares en lo que aquí sucedía. El trueno en la ciudad son los relatos de batallas donde se perdieron mucho más que vidas de compañeros revolucionarios, también se perdió la esperanza de un mañana diferente en este país, algunos de nuestros compañeros y me atrevería a decir que la mayoría tuvieron que vivir la noche para que nosotros podamos vivir el día, algunas veces he pensado que amar es más bien una capacidad de la que no todos tienen el privilegio, amar más allá de tu individualidad, ese es el amor verdadero, amar aunque sepamos que aunque sea lo más hermoso, nos cuesta la vida.

Una ciudad olvidada

Desde que Manuel Colom Argueta dejó  la alcaldía, no ha habido un avance en el crecimiento de  la ciudad y  su desarrollo urbanístico. Muchos son los temas pendientes: un transporte que atraviese la ciudad llegando a otros municipios  y la haga contar con mayor eficacia, una solución seria y duradera al tráfico. El tema de la educación ligada al arte y otros, como el tratamiento a los colectores de aguas servidas y la densidad poblacional, hablando desde una perspectiva infraestructural, con puntos en los que nada se ha avanzado, más allá de los jardines bonitos.

Hay que poner mucha atención a la privatización del espacio público y al uso del suelo. Coincido en que esta ciudad no sólo ha crecido en jardines, también ha crecido en su pobreza y desigualdad, en delincuencia. Nadie habla de la realidad de la ciudad y del derecho que tenemos a ella, a vivir en una ciudad digna, para todas y todos, una ciudad segura y una ciudad con democracia real; donde nuestro lugar de trabajo y el lugar donde vivimos estén cerca, donde podamos transportarnos de manera, efectiva, rápida y segura, donde la recreación, el arte y la lectura sean de acceso para todas y todos y también parte de la cotidianidad.

En estos tiempos en que la revolución se hace desde los muros de alguna red social,  no ha habido un pronunciamiento serio y masivo para cuestionar  el hecho de que esta ciudad haya sido nombrada “Capital Iberoamericana de la cultura”, cuando es de conocimiento público que los recursos municipales se invierten en propaganda mediática y campañas electoreras del mismo de siempre.

Que las entradas a algunas de las actividades culturales a realizarse en el marco de este nombramiento tengan precios inaccesibles para nosotros, ciudadanos promedio. (Q500 ó más), dejan en claro que el arte y la cultura para todas y todos son sólo mientras podamos pagarlo. Las ideas con que esta gente ha venido administrando la municipalidad por décadas la han convertido en una ciudad de baches, balas y metrallas, donde ahora se combate contra las maras que surgen como producto de este sistema basado en el capital, un sistema que jamás nos ha representado.

Esta ciudad donde todos los días salimos a combatir y en la que el sólo hecho de regresar a casa es ya una batalla ganada, en que tener acceso a trabajo es para muchos una bendición, aunque nunca se mencione que esos trabajos son de esclavitud, con salarios de hambre, con horarios de 12 horas. En las maquilas, situadas cerca del primer lugar donde viví en esta ciudad, pude observar cómo, todos los días, una gran mayoría de mujeres llegaban a las 6 de la mañana y se marchaban a las 7 de le noche, contando, por fortuna con un tiempo mínimo para comer, sentadas en la calle y bajo el sol.

Sin embargo, estos lugares de trabajo que esclavizan a la personas, son muy bien vistos por los altos empresarios de este país, puesto que son, según ellos,  oportunidades para las personas, que tienen que viajar dos horas en el tráfico, parados en un bus, donde si no te meten mano, te asaltan o te golpea el ayudante. Ciudad de la segregación, donde los lugares de paseo y recreación para la población están privatizados, los parques cerrados y por supuesto que no podemos olvidar los centros comerciales, que son pequeñas burbujas aspiracionales y de segregación. En esta ciudad, el derecho de admisión a los centros comerciales está reservado. Y en este punto sería imposible no mencionar  a la hermosa Cayalá, considerada una de las ciudades más exclusivas de Latinoamérica, la cual desde mi punto de vista, no tiene siquiera un estilo arquitectónico definido y su propuesta a la vialidad de la ciudad no fue planificada tomando en cuenta el contexto de un país como este, donde allá afuera en este momento, miles mueren de hambre. Esto es algo inconcebible.

Esta ciudad no es como nosotros

Me considero parte de la lucha de esta ciudad que no duerme, esta  ciudad que no ha dormido ni descansado nunca. Me pregunto cuáles serían los pensamientos de Mario, si viera que esta ciudad es más violenta, pobre, segregada, que en aquel tiempo en que le tocó llevar adelante la lucha revolucionaria. Con el tráfico que se hace ahora, creo que la vida en la clandestinidad hubiera sido un poco más complicada, en este lugar en donde recorrer 5 kilómetros puede tomarte 2 horas; qué hubiera pasado, por ejemplo, si una de las casas de seguridad al servicio de la lucha revolucionaria estuviera sobre uno de los colectores de la zona 6, y de la noche a la mañana por la falta de mantenimiento se la tragara la tierra. Qué pensaría nuestro autor de ver cómo, de manera perversa afirman que esta ciudad es como tú.

Yo no me siento parte, yo estoy siendo excluida, puesto que esta ciudad sucia, con olor a orina a la cual no me siento incluida, es la capital iberoamericana y quizá mundial del racismo, la discriminación, la explotación. No soy yo, pues tampoco estoy llena de baches, humo y tráfico No me siento identificada, ni pienso que la ciudad sea como yo, pues si la ciudad fuera como yo o como todos nosotros la deseamos, estaría llena de espacios para pintar, de teatros, de escuelas con bibliotecas y libros, de hospitales con comida y medicinas, de trabajo digno, de inclusión a nosotros los indígenas que nos toca migrar de nuestros pueblos a esta jungla de concreto, como le llama mi padre. Si la ciudad fuera como yo la quiero, no habría hambre, ningún chofer seria asesinado y jamás una niña seria violada. Creo que para estos tiempos tan obscuros, la vida en comunidad debe ser una forma obligatoria para todas y todos  nosotros y, porque no deberíamos de hablar de una democracia radical y del municipalismo libertario como una forma digna de vida para todas y todos en esta ciudad, como una columna vertebral de una sociedad liberadora, enraizada en el principio ético antijerárquico de unidad de la diversidad, autoformación y autogestión, complementariedad y apoyo mutuo[4].

Cuando contemplo el cielo estrellado en las montañas del bosque  comunitario, pienso en él, en Mario, a quien conocí a los 13 años con sus Poemas de la Zona Reina, en la importancia incalculable que tiene su obra en mi vida. Una con tanta vigencia para este país, que tristemente, no ha salido del colonialismo. Las historias que me contó mi padre sobre su vida en las fincas  siguen vigentes, los pobres de dinero se han vuelto más pobres y los ricos de dinero cada vez generan más asco con su acumulación de bienes.

Pero algo tengo muy claro: los ricos de dinero serán siempre y de manera  institucionalizada, pobres de mente, jamás conocerán en su vida el amor que trasciende los intereses personales. Ni volviendo a nacer podrán saber lo que es luchar por ideales una guerra de guerrillas, las calles jamás les guardaron secretos para el amor, al contrario, los secretos que esta ciudad les guarda, son los del odio y la impunidad. Con nostalgia recuerdo ese día, como si fuese ayer, en que comprendí porqué aquí la realidad todavía está en guerra con los pájaros.

Esta oportunidad de comentar un libro de Mario, es para mí un honor. Pensar en sus alas de mariposa es poder sentir junto a él, la sensación de ser realmente libres.

Notas

[1] Periódico Diario LA HORA, 16/01/2015, Columnista: Raúl Molina.

[2]  El Trueno en la ciudad. Tercera edición, año 2006, editorial: Ediciones el pensativo. Cap. Las ideas de marzo, pág.  27.

[3] Libro: Poemas en la zona Reina, Mario Payeras.

[4]  Seis tesis sobre municipalismo Libertario. Murray Bookchim,1984

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