Presos Políticos: una carta para papá que está en injusta prisión

COMPARTE

Créditos: Foto: Cesia Juárez. / Foto tomada en Barillas, año 1990. (Mis hermanas mayores, mis padres y yo en brazos de papá.)
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Cesia Juárez

Querido papá, (ya sé que siempre pensó que llamarle así no era bueno) y que “papá” y “mamá” son las primeras palabras que podía pronunciar, pero que llamarles así siendo adulta era mantenerme presa en mi niñez. Usted siempre me dijo “no me llamo Papá, me llamo Francisco! Ni me llamo adad, dada o tata”, pero sabe, amo cada vez que le digo papá, papi o papito. También disfruto recordar mi niñez, me gusta a veces ser presa de mi niñez… disculpe por ser a veces o casi siempre tan rebelde. Esto es parte de usted también, usted ha sido mi maestro y aunque algunas cosas las he aprendido al revés, ser yo misma usted me lo enseñó.

Creo que el mundo entero sabe de nuestro gran amor Papá. Muchas de las personas que lo han ido a visitar me han contado que usted habla de mi con tanto amor, incluso han dicho que usted me admira, papá Francisco usted cada vez me hace más feliz. Recuerdo aquellas veces que llegaban a la casa para contarle que yo me portaba mal en el colegio, que era una respondona y abusiva, pero usted me ha querido con todos y mis defectos; también recuerdo aquellas veces que mis catedráticos los felicitaban a usted y a mamá por mi buen rendimiento, se que siempre se sintió orgulloso… gracias papá por todas aquellas veces que me defendió con razón, y por todas aquellas que me dejó sola, y que yo supe defenderme.

Al igual que yo, hay muchos hijos hoy sin su padre, por diferentes circunstancias; pero me siento identificada con todos aquellos hijos que tienen a un papá en la cárcel injustamente, son cientos de casos, pero ninguno es igual.

Hoy quise escribirle esta carta abierta, porque quiero que el mundo sepa cuál puede ser una verdadera relación de amor y respeto. Espero contribuir un poquito a este planeta. Que sirva de ejemplo para que el mundo se transforme en algo mejor y dejen de crear guerras que son productos de rabia contenida.

Creo que muchos saben que a papá suelo decirle “Chico”, eso no me ha quitado nada, al contrario, no le he visto como una figura emblemática, ni como un ser superior, pero sí como un aliado, un ser lleno de bondad y fuerza. Llamarle Chico es lo más tierno y maravilloso del mundo. Sentirme diferente de los otros hijos me ha dado un gran sentimiento de fuerza.

Nunca me educó con miedo, nunca me pegó. Él me habla, él me explica y siempre se preocupó por enseñarme sus pensamientos dejándome libre de ser la que yo tenía que ser y no la que él quería que yo fuera.

¿Chico usted se recuerda cuando se sentaba a leerme libros de Lewin Sperry? Yo no los entendía, pero ahora entiendo que lo que pretendía era iniciarme a una filosofía de vida.

Usted ha formado mi mente para prepararme como una guerrera a recibir los golpes de la vida, a recibir discursos estúpidos, a recibir la imbecilidad humana. Pero me enseñó también a reconocer la belleza dentro de la fealdad.

Me acuerdo que un día me dijo “te voy a enseñar a pensar”. Y todas las medias tardes me daba clases para pensar. Creo que todo padre debería enseñar a su hijo a pensar.

Un niño no es tonto, es como una esponja, lo que se le enseña hoy le queda para toda la vida y a veces lo necesita. Gracias a eso, sus enseñanzas me han marcado para siempre.

“¿Qué es Dios? ¿Qué es el universo? ¿Cuál es nuestra finalidad en este universo? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Soy un cuerpo con alma o un alma con un cuerpo? Su verdad es una verdad pero no la verdad…”

Gracias Chico por enseñarme a hablar como un ser consciente y delicado. Cuando era niña me habló suavemente como adulto y no me infantilizaba con voz de dibujo animado. Los padres suelen hablar a sus hijos como si fuesen muñecos, pero usted, me habló como un ser humano. Luego, me enseñó a comunicarme con los otros y en lugar de afirmar algo en una conversación, me enseñó a decir antes de empezar una frase: “según lo que yo pienso y me puedo equivocar…”

En una pelea, en lugar de acusar al otro, me enseñó a decir lo que siento y qué me produce esa discusión.
Nunca me hizo parte de sus angustias económicas, para que el dinero no fuera una carga para mí.

He vivido en un paraíso. Un niño tiene que ver la vida como un paraíso. Lo contrario lo convierte en un ser angustiado con miedo a enfrentar su existencia.

Cuando tenía rabia, en lugar de contenerla, me llevaba al patio de la casa para gritar y llorar, a veces me ponía a destrozar algo, pero luego me preocupaba por lo que había roto, pero siempre me decía que no me preocupara, y entiendo que para usted lo material no tenía ninguna importancia, el único valor que veía estaba en lo que yo sentía.

Chico gracias por nunca prohibirme nada, y cada vez que cometía un error, lo hablábamos y lo solucionábamos, ya sé que siempre ha confiado en mí, en mis propios límites que me he impuesto a mí misma. Todo lo que le pedí de niña me sirvió absolutamente todo. Recuerdo aquella vez que quería una muñeca con patines, la buscamos como en quince tiendas, hasta que encontramos la perfecta, la que yo quería… gracias padre de mi corazón, gracias a eso hoy en día, hasta que no esté satisfecha con lo que estoy creando o buscando, no me dejo vencer. Usted me enseñó que cuando no se logra algo, se puede tomar otro camino que lleve a lo que uno quiere. Aquellas veces que tomada de su mano me tropezaba usted me decía “samurái” para que recordara que el samurái no se distrae nunca.

Me siento tan viva, feliz porque jamás lo he visto deprimido, a pesar de los pesares usted ha sido fuerte siempre. Usted no se ha dejado vencer por el peso de la vida. Gracias por enseñarme a ser alegre, a pensar que la vida es una fiesta, no importan las circunstancias, la vida es una sola.

Usted se preocupa siempre por mí, pero siempre sin invadir mi espacio. Gracias por decirme que me quiere. Todo padre tendría que decir a sus hijos que los quieren.

Cuando era niña y usted se iba de viaje con mamá, pero me llamaban todos los días, aunque eran dos minutos. Ese era nuestro trato. Así los sentía cerca. Ahora que usted está en prisión y me llama, no sabe qué alegría siento al escucharlo aunque sean segundos.

Gracias por darme tanto amor, soy un ser muy querido y amado.

En este momento siento como caen mis lágrimas sobre mis mejillas, son de emoción Chico, creo que nunca me había tomado el tiempo de decirle todo esto. Quiero recordarle lo que siempre le he dicho que es para mí “un padre maravilloso”. Mis lágrimas corren, esas lágrimas son gotas de amor.

Gracias papá, usted siempre me llevó a sus conferencias, a sus reuniones, a la iglesia, yo le he visto hacerle bien a la gente, he visto como ha regalado consejos, sonrisas, calmar miedos. Tengo marcados tantos momentos a su lado. Chico usted me ha salvado de este mundo tan cruel, en este caos que es la vida, en esta locura donde vivimos, usted me ha enseñado lo más bello de la vida, que a veces es solamente lucha. Pero juntos siempre venceremos! Gracias por alejarme de todo pensamiento burgués, de toda ilusión tonta, de todo pensamiento cerrado, gracias por enseñarme a luchar. Gracias por enseñarme que soy un ser libre, tan libre como ahora quiero que usted lo sea, fuera de esa prisión, fuera de ese cautiverio. Usted me enseñó a crear, a liberar mi mente, vivir sin ataduras, usted me enseñó a hablar, ni poco ni demasiado, también me enseñó a respetar el campo energético de los otros.

Gracias por su ejemplo de lucha y de fuerza, gracias por querer cambiar su entorno y mi entorno por uno mejor, gracias por aportar algo para nuestra vida.

Cuando me habla de sus años, de la vejez; es algo tan bonito y gracias a ellos disfruto de mis días sin miedo a un día morir. Gracias a usted veo lo posible que es todo en esta vida, en cualquier momento, siempre con perseverancia. Veo el amor que hay en sus ojos cuando me mira. Usted creó a este ser que hoy le escribe.

Voy a seguir pidiendo justicia para usted, seguiré luchando hasta verle de nuevo en casa papá.

Su hija Cesia.

Foto: Cesia Juárez. / Foto tomada en Barillas, año 1990. (Mis hermanas mayores, mis padres y yo en brazos de papá.)

COMPARTE