Las clases de arte en un mundo sin recuerdos

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Créditos: hiveminer.com
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por: Pablo Rangel

Volviendo al tema de la educación y de si al final la música va o no a continuar como materia del pensum. A esta situación se le puede ver como un abrupto despertar en medio de una matriz que se construyó sin que nos diéramos cuenta, pero no porque la hayan hecho a nuestras espaldas sino porque no conocimos algo diferente, y la generación que sí lo vivió fue aniquilada, sus ideas borradas y su memoria sepultada. Todo esto parte de un momento clave que nos ha dejado sin recuerdo, específicamente los finales de la década de 1970, hasta finales de la de 1980.

He escuchado a varios contemporáneos quejarse de la educación en la actualidad, pues dicen que no hay nada mejor que la educación militarizada que recibieron (reflejo de su momento, el punto más alto de la guerra en el país), y que según ellos y ellas, les dejó mucha claridad sobre el cómo y para qué se existe en este mundo, sus ideas del país, de la sociedad, de la familia, de la política y en resumen de todo.

Como resultado de esa visión y recuerdo, he visto personas que dicen que la educación y la escuela tienen y deben únicamente formar en valores. Incluso por ahí dicen algunos que podrían conocer el mundo y la vida en toda su dimensión solamente con leer la biblia.

En esta visión, toda expresión artística hace referencia solamente a las “bellas artes” y no a la cultura en general. Si les interesa ver cómo hay una ruptura dramática en la propuesta del teatro y su contenido, suplantando la obra crítica por el teatro del “já já” es decir las obras cómicas y la carcajada vacía de contenido (el teatro como pérdida de tiempo, como chiste) lean la tesis de maestría de Ricardo Martínez en FLACSO, ahí describe cómo la censura del teatro y del arte de contenido significa el destierro de la dramaturgia del país.

Fotografía: hiveminer.com

No habíamos terminado de asimilar ese golpe cuando ya para mediados de la década de 1990 se plantea la educación como un recurso para obtener mejores ingresos, es decir, el capital intelectual, cultural y hasta espiritual como forma de adquirir capital monetario. En esos años en la Universidad de San Carlos, varios jóvenes hacían la pregunta en los cursos introductorios ¿es esta carrera lucrativa?

La educación primaria y media del sector público cae a lo más bajo, la demanda de los padres de familia empieza a ser por tres temas básicos: computación, inglés y matemática. Obviamente en las escuelas públicas los niveles de estas tres materias nunca fueron muy altos. Por ahí varios padres y madres de familia se quejaban de que la juventud estaba desobedeciendo la educación militarizada que ellos llevaron y se relajaron las normas, así que los colegios religiosos ganaron muchísimo terreno. A las tres materias mencionadas agregaban ahora “educación en valores”.

Siguiendo la ley de la oferta y la demanda, la educación musical y las artes plásticas quedaron como un residuo de la grandiosidad de la educación integral de la década de 1960. Eso mismo provocó que no importara mucho su contenido y por ahí aparecieron varias formas de perder el tiempo y de alguna manera sortear el obstáculo de dar música o de enseñar algo de dibujo.

Dos décadas después se plantea la compresión de todos los cursos que tengan que ver con arte en uno solo. Cuando preguntan a quienes fueron niños o adolescentes hace unos años responden que no importa si lo quitan, pues aprendieron algo para lo que no encuentran un fin útil. Nos podríamos preguntar ¿y si dejan estas materias con el tiempo y horarios anteriores van a mejorar las cosas? Obviamente no van a despedir a los maestros de música, que son finalmente las víctimas directas de estas disposiciones. Pero, más allá de esta situación, el verdadero valor de estas materias no se va a encontrar solo dejándolas o pensando que la música es buena para el espíritu sino haciendo una revisión profunda y un cambio estructural en todo el modelo educativo, económico y hasta político del país. Hacer retroceder el tiempo hasta llegar al lugar donde se empezó a desvirtuar el carácter humano de la persona en la sociedad guatemalteca, significa una refundación del Estado, una reconstrucción histórica, un cambio verdaderamente revolucionario.

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