Créditos: Life.
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Por: Gustavo Maldonado

*para una experiencia extrema, se recomienda leer el texto acompañado del siguiente soundtrack

El manejo que los medios de comunicación tradicionales han hecho del juicio por genocidio (intencionalmente enredado, para que quede lo menos claro posible) sumado a la manipulación mediática de décadas, entre otros ingredientes, han dado como resultado productos ideológicos muy diversos. En un extremo se encuentran aquellos que afirman que la actual polarización de la sociedad guatemalteca se debe a la sentencia condenatoria pronunciada por el tribunal en el juicio por genocidio en contra de Ríos Montt, simplificando de manera pavorosa la historia de al menos ocho décadas, reduciendo el conflicto al calor de un momento que no hace más que poner al descubierto la división que ha sobrevivido a estos 17 años transcurridos a partir de la firma de la paz.

Sospechosamente, algo sobre lo que los medios de comunicación tradicionales jamás comentan, es sobre el papel que ellos mismos han jugado en la construcción de la polarización ideológica en Guatemala, historia que desemboca en este nuevo enfrentamiento discursivo en el que está en juego la reafirmación o el derrumbe de la versión histórica construida por las élites utilizando, lógicamente, entre otras empresas de su propiedad, esos mismos medios de comunicación.

1.-

No es gratuito que iniciemos nuestro relato partiendo de la Revolución de Octubre de 1944. La revolución se planteaba como un proyecto de nuevo orden, que pretendía transformar las estructuras económicas, sociales y políticas, para poner al país en la ruta hacia un capitalismo desarrollado, distanciándose de la dinámica conservadores-versus- liberales que había sido la constante desde la independencia y que consistía en un mero enfrentamiento entre los descendientes de los criollos que rompieron la dependencia de España en 1821. Liberales y conservadores eran básicamente lo mismo y mantenían al país en un régimen de relaciones feudales y a la mayoría de la población indígena marginada política, social económica y culturalmente. El discurso indígena, había sido invisibilizado, lo cual constituye una constante en nuestra historia.

El discurso revolucionario entra a escena como un nuevo actor político que se planta ante las estructuras de pensamiento establecidas y propone su desmantelamiento, paulatino, pero desmantelamiento al fin. El carácter que va asumiendo la revolución, poco a poco, empezando en el periodo de Arévalo con lo relacionado al sistema educativo, la salud y las relaciones laborales; y profundizándose durante el inconcluso periodo de Árbenz, con acciones como la reforma agraria, la posiciona como una forma de ver la sociedad, inédita hasta ese momento de la historia.

Pero los señores de la finca no podían permitirse perder la hegemonía conquistada por los abuelos de sus tatarabuelos, cuatro siglos atrás. Al verse imposibilitados de retomar el poder por la fuerza, debido al apoyo popular con que contaron los regímenes revolucionarios, pusieron rápidamente a funcionar su maquinaria ideológica. Sus puntales la prensa y la iglesia-, funcionaron como aparatos difamatorios en contra del régimen y fueron determinantes en la agitación de los meses previos y  en el acompañamiento propagandístico de la invasión patrocinada por el gobierno estadunidense. También lo fueron en la imposición, después del descalabro del 54, de los nuevos condicionamientos ideológicos, influidos ahora de manera más directa por el discurso belicista de los Estados Unidos de inicios de la guerra fría, que llegaron a mezclarse con un sistema de valores y relaciones económicas fundadas en la reforma del 71, con profundos resabios coloniales… El resultado fue un collage de todas las corrientes conservadoras que habían determinado nuestro pensamiento y subdesarrollo, hasta 1944. Esto dio inicio a la etapa “anticomunista”, en el discurso de los medios de comunicación tradicionales.

2.-

El tipo de pensamiento que hizo posible el movimiento del 44 y que germinó durante el periodo revolucionario, no desapareció con la contrarrevolución. La década de los 60 se inaugura con el levantamiento militar del 13 de noviembre, acompañado de la respectiva represión que logra meses después el repliegue de los alzados. Es fundamental comprender que este primer movimiento tenía un carácter puramente reivindicativo de la institucionalidad del ejército y no pretendía más que indirectamente y desde el interior del cuerpo armado algún cambio social. Sin embargo, daría paso a lo que poco después sería la primera oleada guerrillera.

El discurso revolucionario fue devuelto a la subalternidad en que se encontraba antes de la revolución, pero se mantuvo activo, cuando no en franca resistencia, filtrándose por abajo, como una corriente alterna que fue encontrando válvulas de escape en movimientos como el de marzo y abril del 62. Muchos de sus protagonistas nutrirán luego las filas de la resistencia urbana y las primeras FAR, dando inicio a la lucha armada.

(Son los niños que mamaron de la revolución estos que se levantan en marzo y abril y los que luego toman las armas para combatir, los que se fueron tras los sueños de la pólvora).

A la vez que el movimiento y el discurso revolucionarios intentaban avanzar dentro del fango en las décadas de los 60 y 70, sumando nuevas vetas como la incorporación de las masas campesinas e indígenas a la lucha armada, los sectores conservadores lanzaban una fuerte ofensiva mediática que habría de durar las décadas mismas del conflicto, trascendiendo en el tiempo y en la idiosincrasia, hasta llegar a ser palpable en nuestros días. Durante los años del conflicto, los medios de comunicación fueron el aparato preferido de las élites del poder económico y militar para transmitir su discurso belicista de seguridad nacional (como parte del plan gringo), caracterizado por pomposas y paranoicas exaltaciones de la labor del ejército en contra del intento del comunismo internacional por filtrarse en nuestro territorio y apoderarse de todos los niños a su alcance para devorarlos y saciar su hambre. Se intensifica la criminalización del movimiento revolucionario y social, de la oposición política democrática y cualquier otro bicho que pretendiera afirmar que en este lugar existía la injusticia.

A la par, en el mismo país pero en una dimensión diferente, invisibilizadas por el cerco mediático, en las afueras de la fortaleza ideológica conservadora, acontecían las masacres contra el pueblo ixil y los pueblos indígenas en general, llenando de sangre todo el territorio. Las mascares sistemáticas se iniciaron en Petén durante el gobierno de Romeo Lucas García (Otro genocida. Se lo llevó la muerte antes de ser juzgado. Tenía Alzheimer, cuentan, padecimiento muy conveniente para alguien que llevaba tantas vidas sobre la espalda) y continuaron luego, en la versión de tierra arrasada, por todo el altiplano occidental del país…

(Recuerdo los años de aquella década ochentera, muchas tardes de lluvia en que no se podía salir a vagar por las calles, las dedicábamos a ver los programas de la T.V. nacional, entre cuya serie infantil se incluía la propaganda contrainsurgente, transmitida por el ejército, en un ejercicio paradigmático de adoctrinamiento ideológico desde los medios de comunicación).

3.-

Con la proliferación de las antenas parabólicas y la televisión por cable a finales de los años 80, la sociedad guatemalteca -que hasta entonces había sido mayormente influida por las campañas mediáticas anticomunistas, el melodrama latinoamericano y una que otra serie gringa transmitida por los canales de televisión nacional- abrió los ojos a un mundo apenas intuido por algunos. Ese mundo de colores primarios y chillantes con un verde, un naranja por ahí, el mundo de Walt Disney, de Hollywood y de los supermercados gringos con sus vistosos productos y su agresión publicitaria permanente.

Estos elementos llegaron a mezclarse y reforzar el pensamiento conservador, aspiracional, de evasión e indiferencia, que respondía en mucho a la lógica contrainsurgente instaurada a través de los medios durante los años inmediatamente anteriores, para dar como resultado un constructo acabado: el clasemediero urbano actual, ése que reacciona con toda la rabia ante las manifestaciones de protesta, el que afirma sin más fundamento que los titulares de prensa que en Guatemala no hubo genocidio; para el que el mundo se circunscribe a  ciertos rincones de la ciudad capital; ese guatemalteco es el producto ideológico final del bombardeo mediático de décadas. Un ser humano cuya ideología fue construida a lo largo de los años y que, a pesar de ello, es inconsciente de su propia historia.

La gran victoria del conservadurismo no se concretó tanto en el plano militar, como en el plano ideológico. Fue la victoria ideológica, por medio de la manipulación mediática la que logró hacer pasar como inútiles e incluso criminalizar (tendencia creciente en la actualidad) las luchas por una sociedad más justa en sus diferentes esferas. Los acuerdos de paz y la consiguiente desarticulación del movimiento revolucionario y social sellan de alguna manera, con piedra y lodo, la gran victoria del conservadurismo sobre el discurso alterno. Inician las privatizaciones y cobra vigor una nueva veta del discurso conservador que se venía gestando desde un tiempo atrás en la academia de derechas: el discurso neoliberal de provincia; discurso puramente justificativo que llega a pegar perfectamente con los valores aspiracionales instaurados en un grueso de la clase media urbana.

4.-

Así llegamos a estos días, arrastrados, sedientos, desarticulados, despellejados…Y cuando todo se veía perdido, se sitúa en el medio del huracán mediático un aullido que estremece la tierra desde la fosa común, sumido en un profundo silencio durante treinta años, trabajado con paciencia y compromiso por las víctimas y sus abogados, desde un flanco inesperado, el juicio por genocidio.

El juicio, ése que ha venido a desnudar nuestra polarización, en el que se ha sentado al banquillo a uno de los genocidas más emblemáticos del holocausto latinoamericano; el que ha puesto los pelos de punta a la cúpula empresarial ante la posibilidad de ser juzgados por financiar muchos de los asesinatos de la época. Ese juicio ha puesto también al descubierto, por medio de testimonios desgarradores, la brutalidad de las acciones realizadas por el ejército, en nombre de falsos valores patrióticos…Esos testimonios han abierto los ojos de muchos que se mantenían indiferentes. El tema ha llegado incluso a ponerse de moda (lo cual puede ser peligroso, pero en este momento resulta conveniente para el esclarecimiento y el debate). Ha generado discusión y eso se agradece. Por más que queramos echarla al olvido, la historia siempre sale a flote, como el cadáver en el río.

Ya instalados nuevamente en esta contemporaneidad, encontramos por un lado el constructo discursivo hegemónico, oligárquico, contrarrevolucionario, racista, machista, genocida y negacionista. Con profundas raíces en la colonia, reafirmado en el acto de la independencia criolla de España, fortalecido y rebobinado por la reforma liberal, pulido y afilado por la contrarrevolución del 54, desarrollado bajo la lógica anticomunista de la guerra fría y barnizado con los matices de la cultura mediática norteamericana aterrizada frente a nuestros ojos cortesía de la televisión por cable a finales de la década de los ochenta…Y por el otro lado, un discurso que aparece como protagonista por primera vez durante la gesta revolucionaria de octubre y se fortalece durante esa década, que se nutre de la aventura del movimiento armado y los movimientos sociales organizados de los 60, 70 y 80. Llega casi derrotado a la firma de la paz y pierde a partir de esa fecha lo poco de unidad que le queda, adquiriendo diversos matices que van desde la reivindicación del derecho a la tierra y a la identidad de los movimientos indígenas y campesinos, los movimientos en contra de la minería, la lucha por la memoria y el esclarecimiento histórico, los movimientos por una verdadera igualdad de género y las magras movilizaciones estudiantiles (todos estos, los más dignos a mi criterio) hasta el discurso de las ONG alineadas por el financiamiento de la cooperación internacional y los casi jurásicos (por sus formas verticales de organización, tanto como por su carácter de extintos) partidos políticos de izquierda.

Es innegable que los discursos ubicados en el margen izquierdo se han visto revitalizados por el fallo de los tribunales en contra de Ríos Montt y esto se debe a una razón fundamental. El fallo judicial ha sacado a flote lo que en estos (trillados, según algunos) discursos, persiste de rescatable y de cierto, algo que tiene profundas implicaciones en el momento actual y en el rumbo que podamos tomar desde este ahora incierto como sociedad, resumido en dos puntos La recuperación de nuestra historia y la afirmación de que en este lugar las cosas no han sido siempre así, (aunque casi siempre), que si bien ha corrido sangre/muerte/llanto, dentro de esta historia han existido también seres humanos que han abierto periodos de transformación que nos sirven de referentes para pensarnos como colectividad (aunque hayan durado apenas 10 años). Que, a pesar de todo lo que ya sabemos de nuestra historia reciente, ha existido y existe organización y resistencia (aunque sean siempre reprimidas y en la actualidad se carezca de capacidad de articulación), y que este lugar no tiene porqué seguir siendo la finca de los amos trogloditas sentados sobre la degradada humanidad de unos bien domesticados siervos.

Sin adscribir ninguna ideología prefabricada, pero tomando posición ante el acontecer social de nuestro ahora, reduzco el asunto al mínimo aceptable: lo que diferencia a estos discursos es la intención de uno de recuperar la memoria, enfrentarse al pasado por más escabroso que resulte, como premisa para la construcción de una paz creíble y posible; contrapuesto a las expresiones negacionistas que nos llegan desde la otra mano, que intentan condenar al olvido lo acontecido, pretendiendo una reconciliación basada en la conveniente evasión de los hechos. Con una posición tal, no puedo estar de acuerdo. La historia no puede ser negada y borrada de un pincelazo. La historia no es un panfleto político, (aunque sí puede ser una oscura trama económica). Su reconocimiento es un acto de respeto y reafirmación de la vida, uno de esos ejercicios que nos hacen humanos. Y en el juego de esta historia, la memoria es un punto irrenunciable.

 

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