Del libro en preparación : “Soberanía, reformas y la plaza”. Fragmento.

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Créditos: Renuncia ya.
Tiempo de lectura: 14 minutos

Por Miguel Ángel Sandoval

Fotografías: Renuncia ya

 2.- las elecciones y la plaza

 Luego de las manifestaciones de los meses de abril, mayo, junio, julio, agosto, una constante apareció en las mantas, en las consignas, en el humor de las personas que se concentraban en las plazas.  La idea de cuestionar el proceso electoral se convirtió en la palabra de orden. Las elecciones con la gente en las plazas dejaban la impresión de que no tenían sentido. En ese contexto surge un planteamiento: “en estas condiciones no queremos elecciones”.

 Para los defensores de la institucionalidad existente y los partidarios de las elecciones como un proceso de recambio democrático, no era posible ni el cambio de fechas ni la anulación de un proceso por la vía de una decisión tomada por el TSE o por alguna orden emanada del organismo ejecutivo o legislativo o en última instancia la Corte de Constitucionalidad. Los partidos políticos seguros, al menos los de mayores recursos financieros y estructura organizativa nacional, descartaban el cambio de fecha para las elecciones pues estaban seguros de su victoria en las urnas. Además, de forma expresa o sugerida consideraron siempre que las movilizaciones eran de corto alcance, sin mayores perspectivas y que con las elecciones se iban a imponer las nuevas realidades.  Alguno de los partidos considerados progresistas llegó a argumentar que la posposición de las fechas de las elecciones era en el menor de los casos, imposible pues la plata invertida en la campaña ya se había agotado y que no habría recursos para aguantar, financieramente, un par de meses más de campaña proselitista.

Mientras que desde los defensores más apegados a las formas, cualquiera de esas variables cambio de fechas o posposición indefinida, se ubicaba en el ámbito de una ruptura constitucional y por ello no era recomendable, según sus defensores. En el otro extremo sectores surgidos de las concentraciones de la plaza, que decían, con razón hay que decirlo, que era indispensable modificar el proceso electoral para hacer los cambios que la ley electoral demandaba y garantizar de esa manera, una nueva participación democrática.

La verdad de todo es que lo que faltó fue una correlación de fuerzas más favorable a la posposición de las elecciones. Pretender que la sola demanda sea convertida en política de estado o de gobierno, es uno de los errores que comúnmente se comete de parte de los sectores sociales. Da la impresión que la justeza de la demanda es por sí misma suficiente para volcar en su favor a todo el aparato de estado encargado de esos temas. Pero la verdad es que en cualquiera de los casos el tema que resuelve todo es el de la correlación de fuerzas, sea en procesos de corte armado o en procesos políticos o sociales como el que se analiza.

Es de alguna manera y como ejemplo, lo que ocurre en procesos político-militares cuando en la fase de desenlace luego de una guerra que puede ser larga o de poco tiempo, se produce la insurrección final y con ello la toma del poder. Pero también existen otras ideas sobre la forma de culminar procesos. Es el caso, al menos en teoría y en las tesis de alguna corriente política, del cambio revolucionario de la mano de una huelga general, que en verdad no se recuerda ninguna en los años que van de la segunda mitad del siglo XX a la fecha. Y que en nuestro caso, durante todos los meses de exigencia de anulación o posposición de elecciones, siempre estuvo lejos de producirse[1].

Si se es razonable se puede llegar a la conclusión que ni siquiera durante procesos de guerras las elecciones se suspenden si la correlación de fuerzas no lo exige. En el caso nuestro de las movilizaciones de la plaza, importantes como fueron, no llegaron nunca a tener el poder disuasorio como para modificar el calendario electoral, que desde donde se quiera analizar, constituye el alfa y el omega de las democracias representativas como la existente en nuestro país. Es obvio que si hubiera habido una correlación de fuerzas diferente, pues como dijo Perogrullo, los resultados hubieran sido otros.

Pero si hay un tema que merece ser destacado. En  crisis de mucho mayor calado que la nuestra, las elecciones si bien no se interrumpen, si terminan con falta real de legitimidad. Es el caso de la elección de Romeo Lucas García a inicios del 80 vía el fraude en donde en total hubo una abstención  del 64%  de los votos, en el momento de mayor crisis política de los gobiernos militares. Cierto que en una situación totalmente distinta a la vivida en 2015. Mientras que el caso nuestro, hubo a pesar de todos los pronósticos una mayoría abrumadora por la fórmula que representaba la anti política, como lo dejan ver los datos oficiales del TSE, en que el presidente electo obtuvo  2.750, 847 votos para un 67.44%, mientras que el segundo lugar obtuvo 1.328,381 votos para un porcentaje del 32.56.

En pocas palabras, la anti-política ganó por el doble al segundo partido que en medio de cualquier análisis representaba a la vieja forma de hacer política. En cuanto a la abstención, a pesar de la campaña realizada no aumentó y la asistencia fue de hecho igual. Así en 2011 asistió a las urnas 69.34 % mientras que en 2015,  70.38%. Son los datos, duros, fríos, inapelables.

Estos resultados pueden tener muchas lecturas. Una de ellas es como dicen los críticos del movimiento social, que el mismo voto por la derecha, o que voto de forma conservadora o que por ser un movimiento clase mediero era normal la opción escogida, y mientras no se planteara algo diferente a la revolución de colores pues ese tipo de resultados serían normales y un largo etcétera, sin voltear a ver los datos concretos. Me parece más bien que la gente voto en contra de todo lo que oliera a vieja política pues se intuía con razón o sin ella, que había complicidades entre unos y otros, pues en última instancia la política era igualmente corrupta. Es un voto que razona uno de los aspectos pero que no toma en cuenta otros.

Otra forma de ver este resultado sería la idea que finalmente la sociedad guatemalteca dio un voto de castigo a la política tradicional y aunque no voto por ninguna expresión de nuevas prácticas, si considera, con espíritu democrático, encontrar en próximos procesos una opción que permita remozar la democracia guatemalteca.

Aquí hay un tema de fondo: el movimiento social puede poner en dificultades al gobierno y sus instituciones pero estas de manera autónoma, no van a firmar su desaparición, es un tema de elemental lógica política. Ahora bien, que no haya existido la fuerza para cambiar de raíz como muchos decían, no significa que el poder demostrado se quede en una anécdota del año anterior. Es de suma importancia entender que lo desatado por la acción y movilización social que se encuentra alrededor de las plazas, sigue teniendo hoy día, presencia, fuerza, y solo evocar las grandes movilizaciones da como resultado que los factores de poder piensen dos o tres veces, las medidas a tomar pues si ocurre que alguna irrita a la plaza y sus integrantes, se puede entrar en una fase que por desconocida nadie desea. Aunque claro, no falta el pesimista que señale que la plaza está durmiendo en sus laureles o que no le conviene a sus “manipuladores” llamarla o convocarla de nueva cuenta, lo cual es solo una variable de las múltiples formas de evocar de la teoría de la conspiración.

El tema de fondo se ubicaba en la escasa representatividad de los partidos políticos, la falta de propuesta y la escasa lectura que habían hecho de los mensajes de la plaza. En efecto, ni uno solo de los partidos políticos con registro electoral vigente y con candidatos para los puestos en disputa en las elecciones que tendrían lugar en septiembre, había acompañado las demandas de la plaza de manera integral. En unos casos se apostaba al cansancio de los actores de las demostraciones anticorrupción, de otra se decía que era un fenómeno clase mediero y en otras, se consideraba que todo era manipulado por la embajada de los EEUU y sus aliados en los ejes tradicionales de poder en el país.

Uno de los pocos intentos de ligar las concentraciones de las plazas con la política de corte electoral en el proceso que ya se encontraba en pleno desarrollo, se produce cuando el candidato presidencial de la coalición Frente Amplio, decía al momento de su proclamación que en la coyuntura electoral que se encontraba en pleno desarrollo, primero había que impulsar las reformas y luego realizar las elecciones. Huelga decir que integrantes de ese proyecto político no veían el planteamiento con simpatía aunque de forma expresa no lo plantearon en ningún momento, salvo en las típicas habladurías en corrillos. En todo caso, es un momento de claro desencuentro entre expresiones del movimiento social y los partidos políticos. Hay que advertir que no solo el movimiento social organizado tuvo ese distanciamiento, pues la población desde sus realidades hizo ante los partidos el gesto de darles la espalda.  Es un tema que en el curso del proceso que arranca en abril solo se profundiza.

La era del rechazo a los partidos políticos y a lo vacío de sus propuestas o discursos se había instalado. Ni uno solo merecía confianza ciudadana, aunque como vimos, luego de meses de discusión del tema elecciones o no elecciones, de votar nulo o no asistir a las urnas, la participación fue mayor que en otras ocasiones, pero inaugurando el reinado de la anti política que se había instalado en Guatemala. La anti política tiene en su origen el pésimo desenvolvimiento de los políticos y los partidos convertidos en puras maquinarias electorales, en donde las ideologías no cuentan mayor cosa y las intervenciones en la vida cotidiana son inexistentes. Por ello el rechazo de la población hacia los partidos y los políticos. Y esa actitud de rechazo a las prácticas corruptas de los partidos es lo que se denomina en sentido general como la anti política. De alguna manera solo la idea de hacer política hace que la gente sufra hasta escalofrío y exprese su rechazo a la política y sus representantes. Por ello, reencontrar el espíritu noble de la política, el ejercicio de la misma ligado a los grandes temas nacionales y el futuro de los conglomerados sociales, es el motivo principal para recuperar la acción política.

Sin duda se trata de una ecuación con varias incógnitas y que no siempre se encuentran alineadas de la misma manera. A título de ejemplo, si un movimiento social no tiene visión política, no es menos cierto que sus acciones, cuando son coherentes y gozan de respaldo, mediático o ciudadano, son o adquieren casi de manera automática dimensión política. Y esto es un tema que es momento de discutir con amplitud. Los movimientos sociales son por definición de naturaleza política pero es algo que no se quiere entender o sobre todo, asimilar por los diferentes actores.

Se confunde la naturaleza política de la acción social con la política partidista o electoral y eso genera desencuentros, contradicciones y a mi juicio, errores que no permiten alcanzar resultados. El otro nivel de desencuentro es el modelo de organización que existe en uno y otro espacio. Si en la estructura partidaria predomina el verticalismo, en el movimiento social es lo horizontal y democrático, como regla general, aunque no siempre se observa. Huelga decir que la práctica política limitada a juntar votos sin tomar en cuenta los intereses de los grupos o movimientos sociales es lo que da como resultado las formas de desconfianza  que observamos.

Los principales partidos políticos fueron derrotados en el proceso electoral que no tenía el favor de las plazas, antes bien,  tenía un rechazo bastante profundo. Finalmente un partido político con un candidato sin un pasado digno de recuerdo, gano la presidencia con un resultado sorpresivo y con ventaja sobre su más cercano seguidor de más de un millón y medio de votos. Algo totalmente inédito.  De cierta forma, la crisis del sistema político tuvo un primer gran resultado como fue la derrota de los partidos “tradicionales” pero ello no se refleja en una nuevaforma de hacer política, menos en reformas indispensables para el país. Es por ello que con una lectura limitada hay quienes afirmen que el movimiento desatado en abril es una revolución que no fue, o que otras expresiones se limiten a señalar que todo había sido el resultado de una manipulación en forma, y por supuesto, todo aderezado con las variables o versiones de la muy de moda teoría de las conspiraciones. Solo que tomando de todas las variables una sola: el enemigo siempre gana.

Uno de los resultados del debate en estos meses fue la constatación que las elecciones en las condiciones del país y con la existencia de los partidos políticos conocidos, no podía ser el instrumento de los cambios que el país necesitaba. Se había llegado al agotamiento del sistema de partidos políticos, pero también del sistema electoral guatemalteco. Eso es lo que la plaza o mejor dicho, las plazas, hacen evidente en esos meses. De tal suerte que los candidatos con olor a vieja política, o a política tradicional o a política corrupta son derrotados en las urnas por un representante no de la nueva política, o de la política ética, sino por la más elemental expresión de la anti política.

Se produce lo que ya es moneda corriente en otros países: como es el caso de Italia con Beppe Grillo[2] o en el cercano México en donde una actriz es electa diputada o un futbolista alcalde de Cuernavaca. No se trata de restarle méritos a estos personajes pero si destacar que son la antítesis de lo político, de la política realmente existente. Se trata de personajes que en su carrera artística o deportiva nunca habían hecho nada por referirse a los temas políticos del país, nada por los problemas sociales vinculados a la política o con soluciones en el marco de la política.

Por supuesto que la vieja manera de hacer política es indefendible, que los viejos partidos no se pueden tolerar por más tiempo, pero esa situación no supone que se opte por aquello que se ubica en las antípodas de la política. Se trata en todo caso, de reinventar la política, de dotarla de contenido ético, y de dejar de lado aquellas tesis de Maquiavelo que hace siglos instalo en el imaginario social y de quienes ejercían la política, la idea de que todo vale en estas actividades o que la ética y la política no son compatibles por un conjunto de razones que en verdad son difícilmente aceptables cuando se analizan sin la carga de las medias verdades y medias mentiras acumuladas en los últimos siglos.

Aquí vale una reflexión indispensable. Si bien en el caso nuestro la política y toda una generación de políticos no gozan de simpatías y no ejercen su liderazgo con una visión y practica éticas, a nivel mundial es reconocido la existencia de líderes de naciones grandes o pequeñas que han reivindicado la política y la ética en la política. No es casual que Gandhi sea uno de los considerados políticos éticos, o Nelson Mandela. Y de manera más cercana, Pepe Mujica se puede considerar en este nivel de liderazgo con amplio reconocimiento. Hay por supuesto otros personajes que han hecho de la ética el ABC de su acción política, aun en diferentes ámbitos ideológicos y políticos, pues finalmente la ideología no está en riña con la ética, sino que debería suponerla. Es el caso de Fidel Castro en Cuba o el Doctor Ernesto Guevara que con su muerte en Bolivia se hizo un referente mundial de la ética y el compromiso.

Salvo la visión de Maquiavelo en cuanto a que el fin justifica los medios y toda esa manera de entender y practicar el ejercicio de la política desde el renacimiento, que hizo una especie de paréntesis que ha durado por siglos, es necesario reconocer que la ética y el gobierno  han sido como caras de la misma moneda desde la antigüedad occidental, para decir algo. Es la tesis de Aristóteles (el zoon politikon) y otros filósofos griegos que lo plantean de forma clara. Y en esa línea pensadores más modernos como podrían ser Emanuel Kant (el imperativo moral), Max Weber (la ética de la responsabilidad)  o Antonio Gramsci (la política como ética de lo colectivo).

Ahora bien, cuando se habla de política debemos entender que se está tratando de una actividad que desemboca en la eterna lucha por el poder, por el relevo en las instituciones de gobierno, por demostrar que hace falta cambios en las diferentes políticas económicas, sociales o políticas que se impulsan por las fuerzas que transitoriamente ocupan los cargos. Aquí vale la pena recordar las afirmaciones del teórico italiano Antonio Gramsci cuando aborda la definición de la política como la ética de lo colectivo. Es una vía para la recuperación de la política y de hacer de ella algo que por lo menos no sea asociada en primera instancia a la corrupción, a las medidas que se toman de espaldas a la gente, y en donde lo único que no cuenta es el objetivo principal de la política: el ejercicio de gobierno que en última instancia siempre busca el bienestar de las mayorías.

En el reino de la anti política como expresión de lo que podemos considerar el hartazgo de la forma de hacer política conocida, se apuesta, de manera  general,  por un candidato o un partido sin el peso muerto de las actuaciones recientes y por ello, los resultados de las urnas son muy caprichosos, inesperados, fuente segura de ingobernabilidad. En este caso, el sistema se mantiene, a veces con algunas reformas, en otros casos sin ninguna. Se trata de la tentación siempre presente a reeditar las lecciones del llamado gatopardismo[3], fingiendo que algo cambia pero dejando todo igual. En el nuestro la apuesta es por introducir reformas reales, de fondo, sustantivas si en verdad queremos hacer de Guatemala un país vivible, gobernable, construyendo una situación en donde el camino sea hacia la disminución de los altos niveles de marginación o de miseria, que nos desnudan como un país brutalmente desigual.

Es la idea de que hay reformas que están pendientes desde hace muchos años, que ya no pueden postergarse so pena de ir profundizando, aún más, el abismo que separa a minorías privilegiadas de las mayorías desamparadas. No se puede aceptar por ejemplo, que la economía guatemalteca tenga en términos macroeconómicos algún avance o progreso, mientras las mayorías vean aumentar año con año la pobreza y la pobreza extrema. Es sin duda un hecho insostenible. Gente que no tiene para pagarse un pasaje de camioneta mientras otros se desplazan en helicópteros. O que haya gente que no alcanza para alimentarse los tres tiempos mientras existan quienes mantienen perros en condiciones de lujo como en la canción las Casas de Cartón. Y menos aceptar con la mano en la cintura que hoy día Guatemala tenga, de acuerdo con datos publicados de manera reciente, el nivel de pobreza más alto del continente americano. O que seamos el país con la tasa tributaria más baja, o que el volumen total de exportaciones del país,  sea menor en cifras absolutas que las remesas de los migrantes expulsados del país por falta de oportunidades.

Es la certeza que hace falta cambios, y ello no es negociable en sentido estricto. Lo que puede negociarse son los tiempos, acaso la profundidad de las medidas a tomar pero no se puede negar su pertinencia y urgencia.  De alguna manera se trata de romper con la ideología de finca que ha dominado el panorama nacional durante décadas  y décadas, por no decir siglos. Es una agenda indispensable para el país. A modo de ejemplo hay que decir que hace falta al menos, doblar la inversión pública en salud o educación o seguridad. De la misma manera es indispensable triplicar o cuadruplicar la construcción de infraestructura básica para el país.

En esta dirección las reformas al modelo agrario son más que urgentes, así como la inevitable reforma tributaria globalmente progresiva siguiendo la tónica que marca la constitución política del país. En un contexto como este, el estado debería ser fortalecido pues ya está ampliamente documentado que la política recomendada por organismos internacionales en el auge de la ola neoliberal no ha dado los resultados esperados por sus impulsores; antes bien, hay carencia de estado en nuestros países y ello es un asidero a toda clase de violaciones del derecho al desarrollo de amplias franjas de países como el nuestro.

Los cambios en la política no se producen como primera instancia, pues lo que ocurre es que aparece en todo su esplendor el rasgo anti ético de los partidos políticos, el sistema clientelar de los procesos electorales, las limitaciones del tribunal electoral. La mezcla entre intereses corporativos y los partidos políticos, la presencia de financiamiento con origen incluso del narcotráfico. Es esto lo que se documenta en el informe temático de la Cicig sobre el financiamiento de los partidos políticos, que al ser presentado causa un revuelo por los datos que en el mismo se adelantan.  En esas condiciones se hace evidente la urgencia de una reforma política que vaya al rescate de esa visión de la democracia política de nuestro país. Las reforma realizadas van en dirección a superar estas anomalías y las de segunda generación que deben ver la luz en próximos meses, son el mejor antídoto a estas expresiones deleznables en la política tal y como se ha realizado en los últimos años.

Este es un tema que ha generado no pocas confusiones en el momento de analizar el proceso electoral y sus resultados. De acuerdo con los datos a mano, y sobre todo, de acuerdo con las opiniones vertidas por sectores que no querían las elecciones, hay ahora una especie de lamento porque las demandas de la plaza no se están realizando por el partido en el poder, o si se prefiere, por el gobierno que está al frente de la gestión de los asuntos del estado. Se pensó y acaso con alguna razón, que si las elecciones no se hubieran producido en septiembre de 2015, algunas reformas o incluso una ANC se hubieran podido impulsar. No se sabe cómo ni con que fuerzas políticas, ni con qué tiempos políticos, pero queda esa idea suelta en el ambiente. Aunque como se puede ver con relativa facilidad, la demanda de una Asamblea Constituyente no tiene en los tiempos políticos que corren casi ninguna viabilidad. No obstante, en un país como el nuestro con escenarios cambiantes, es una variable que no se puede descartar de forma total.

[1] Hubo un llamado a un paro nacional pero el mismo no tuvo el resultado esperado por quienes convocaron, de distintos grupos y creencias. El paro, con todo y que hubiera sido apoyado de manera importante, no llegó en ningún caso a tener las características de huelga general. (nota autor)

[2] Beppe Grillo, actor y cómico italiano que organiza y dirige el movimiento 5 estrellas, para el objetivo de contar con un parlamento limpio.

[3] Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa (1896-1957), Autor de la novela el Gattopardo, de donde se toma la idea de hacer cambios para que todo siga igual.

 

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